Aviso al régimen: Este es tiempo de cualquier cosa menos de parar

El nuevo compañero que me atiende no sabe que las madres no hablan ni aunque sepan, y mi madre es de una estirpe temible

Texto publicado originalmente en Cubanet

ANA LEÓN

LA HABANA, Cuba.- Ayer, sobre las cuatro de la tarde, mi madre recibió la visita de un agente de la Seguridad del Estado que ni siquiera se identificó. Ella lo describe como “muy joven, simpático; llevaba un pulóver azul marino y un casco de los grandes”. Advertida de que esas visitas no son de cortesía, mi madre no le permitió pasar; así que ahí mismo, en la puerta de casa, el pichón de esbirro desató las amenazas que hace dos años estuvieron en boca de la teniente Elizabeth, el teniente Ernesto y el capitán Jorge; y un poco antes también en la de los tenientes Camilo y Lucas.

Varios han sido los emisarios de la policía política que me han prometido persecución e incluso cárcel si continúo escribiendo para la prensa independiente. En algún momento las amenazas se hicieron extensivas a mi madre, incluso a mi pareja; pero he sido la primera en admitir que no figuro entre las periodistas más importunadas por el aparato represivo.

Antes de ayer, la última vez que aparecieron en mi casa fue el 6 de mayo de 2020, cuando la teniente Elizabeth, aprovechando un momento de vulnerabilidad de mi madre, que acababa de perder a uno de sus hermanos, decidió que ese era el mejor momento para aterrorizarla con la posibilidad de que yo sufriera “las peores consecuencias” por causa de mis artículos. Fue tan desalmada que ese día mi madre acabó en el policlínico con la presión disparada.

La ebullición popular, que alcanzó niveles máximos durante la pandemia hasta su desbordamiento el 11 de julio de 2021, mantuvo a la Seguridad del Estado alejada de quienes solo se dedicaban a escribir. Otros colegas también tuvieron un respiro; pero luego de los destierros y encarcelamientos a connotadas figuras del activismo y la oposición política, parecen haber retomado los ciclos de intimidación contra todo el que disiente, sea desde la calle o desde el teclado de un ordenador.

El nuevo compañero que me atiende no ha leído los informes que supongo escribieron mis vigilantes anteriores. De ser así sabría que mi madre nada conoce sobre mi trabajo y en nada puede influir. Tampoco sabe que las madres no hablan ni aunque sepan, y mi madre es de una estirpe temible; la teniente Elizabeth puede dar fe de ello.

El agente, que a mi madre le pareció demasiado joven para tan innoble menester, habló de supuestas asociaciones y órdenes provenientes del exterior; todo ello sin mencionar nombres ni mostrar una sola prueba. En algún momento él le hizo saber que vienen nuevas leyes, refiriéndose sin dudas al Código Penal que dentro de poco será aprobado por la unanimidad cómplice y cobarde de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Le aseguró a mi madre que si continúo escribiendo me van a sancionar, y a través de ella me hizo llegar el mensaje de que “ya es hora de parar”. Así no más.

El joven esbirro no sabe que ya estoy sancionada. Desde mayo de 2018 figuro en la lista de los regulados, un castigo que me ha traído agudos pesares a nivel personal, quitándome para siempre la posibilidad de ver y abrazar a seres amados que ya no están. Tal vez cuando habló de sanción se refería a una larga condena en prisión, porque la brutalidad de esas leyes que pronto estarán vigentes tiene como único propósito destrozar a golpe de terror y cárcel lo que queda de este país.

Le creo cuando profiere sus amenazas. Y él también debe creerme cuando le digo que este es tiempo de cualquier cosa menos de parar. Cuba se halla en condiciones tan deplorables que hacerlo sería un suicidio moral. Para bien o mal, me cuento entre los cubanos que cargan en sus brazos el cuerpo de una nación moribunda, aunque cada día se apaguen de a poco junto con ella.

Este lugar, en esa fila que sostiene una patria hecha jirones, fue lo que elegí; tal vez impulsada por mi ingenuidad política de entonces, o por la esperanza de que si perseverábamos lo suficiente la Isla volvería a levantarse, daría un paso, luego otro y otro, y finalmente echaría a andar.

No ha sido así, pero aquí me quedo hasta verla morir, exactamente como haré con mi madre, quien dicho sea de paso goza de buena salud, excepto por un ligero incordio cardiovascular y la presión que se le descontrola cuando recibe malas noticias. Lo dije una vez y lo repito hoy: en ella está el límite de mi prudencia.

El agente anónimo prometió volver y confío en que lo hará. Espero, aunque sé que la seguridad del estado es incapaz de conducirse con honor, que la próxima vez traiga la citación dirigida a mi persona, como han hecho siempre. Sé que no tienen papel, ni tinta para la impresora, ni bolígrafos, y que sus muchas faltas de ortografía evidencian el descalabro del sistema educacional cubano. Sin embargo, nada de eso es motivo para no apegarse a la ley. Espero sin ansias la “entrevista”, pero garantizo que asistiré puntual, como siempre lo he hecho.

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Ana León

Ana León

Anay Remón García. La Habana, 1983. Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Durante cuatro años fue profesora en la Facultad de Artes y Letras. Trabajó como gestora cultural en dos ediciones consecutivas del Premio Casa Víctor Hugo de la Oficina del Historiador de La Habana. Ha publicado ensayos en las revistas especializadas Temas, Clave y Arte Cubano. Desde 2015 escribe para CubaNet bajo el pseudónimo de Ana León. Desde 2018 el régimen cubano no le permite viajar fuera del país, como represalia por su trabajo periodístico. Su página de Facebook es https://www.facebook.com/analeonperiodista

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