“Hoy te vas de Cuba, Esteban”, relato de una expatriación
Nunca había contemplado irme de Cuba, pero allí estaba con un pasaje sin retorno y sin saber si volvería a ver a mi familia alguna vez
Texto publicado originalmente en Cubanet
CIUDAD DE MÉXICO.- Está inmóvil dentro de una celda, y nadie le permite salir. Cree recordar que pide auxilio pero no lo escuchan, o no le sale la voz. No está seguro. Una vez que despierta, los recuerdos quedan fragmentados y olvida muchos detalles. Salvo el lugar donde está atrapado: Combinado del Este, La Habana.
Dos meses después de su liberación, el reportero cubano Esteban Rodríguez aún despierta de madrugada sobresaltado y con miedo de estar preso de nuevo. Hay otras noches en las que apenas logra dormir. Esteban entró a prisión con 145 kilos y hoy pesa 83. Dice que estar un año allí el cuerpo lo padece como si envejeciera el quíntuple. Su agilidad tampoco es la misma. Aunque se le ve más recuperado, el encierro ha afectado su físico y su mente.
Esteban Rodríguez fue detenido el 30 de abril de 2021 junto a otros activistas que se manifestaron pacíficamente en la Calle Obispo, en un acto de solidaridad con el artista Luis Manuel Otero Alcántara.
Sin petición fiscal en su contra, pasó más de ocho meses en prisión. No sabía cuál sería su condena o cuándo lo dejarían salir. Como no era un preso común, la policía política directamente atendía su caso. Lo llevaban a sus oficinas, lo interrogaban. En una ocasión le ofrecieron, a cambio de su libertad, que filmara un video.
El guion ya estaba preparado: Esteban diría que la manifestación en Obispo fue “financiada por Estados Unidos” y desprestigiaría al Movimiento San Isidro y a sus líderes más notables. Similares propuestas las habían hecho a otros presos políticos, algunos accedieron y aún siguen en prisión.

Sin embargo, Rodríguez en el mismo momento que vio la cámara y escuchó al agente se levantó de la silla y pidió que lo sacaran de allí.
“Por desesperado que estuviera, mi dignidad no era negociable. San Isidro es mi familia. Eso ellos no lo van a romper nunca”.
Durante su internamiento, lo trasladaron brevemente a un área de máximo rigor con reclusos condenados por delitos graves. Cuando se vio con el uniforme naranja (característico de esa área), el reportero pensó que nunca más saldría de allí. Con su propio cuerpo como único recurso, Rodríguez hizo cuatro huelgas de hambre.
“El gobierno tiene todo el poder sobre ti. Podían dejarme un año o 10 más detenido sin problema. Sé que las huelgas debilitan el organismo y que me lo voy a sentir en el futuro próximo, pero la impotencia del encierro te lleva a usar tu salud para gritar: aquí estoy.
“De mi salida de Cuba no puedo decir que me obligaron con drogas o me amarraron. Podía quedarme, pero significaba seguir preso. Es mi derecho no querer inmolarme, no querer morir allí. Creo que libre puedo hacer más que en una celda en Cuba”.
Este es el testimonio de Esteban Rodríguez, periodista independiente cubano que fue prácticamente expatriado y acaba de llegar a Estados Unidos. El mandato de sus carceleros fue claro: irse para siempre del país o permanecer en prisión.
“La vida me cambió en un día”
“Héctor Luis (periodista independiente y amigo de Esteban) fue quien me dijo que según el agente Dominc, de la Seguridad del Estado, solo me liberarían si me iba del país. Pero Héctor debía irse conmigo. Era como un combo de dos opositores por un viaje. Si él no hubiese accedido, no estaría aquí.
Sabía que se estaba gestionado la salida, pero no tenía idea de cuándo. El cinco de enero mis carceleros me dijeron: “Hoy te vas de Cuba, Esteban”. Ellos me llevaron al aeropuerto. Llegué con un short blanco, y allí mi mamá me dio un pantalón. Guardé mi short en una mochila y ya. Eso fue lo único que saqué de Cuba. Ni cepillo de dientes, ni un desodorante, nada. Salí de La Habana literalmente con lo que llevaba puesto, y los bolsillos vacíos. No pude ni despedirme de mis hijas. No las he visto en casi un año y no sé cuándo pueda abrazarlas de nuevo.
Nunca había contemplado irme de Cuba, pero allí estaba con un pasaje sin retorno y sin saber si volvería a ver a mi familia alguna vez.

En el aeropuerto yo estaba en shock, no procesaba del todo lo que estaba pasando. Después de meses de encierro y temporadas incomunicado en celda de castigo, todo aquello me abrumó. Caminaba por instinto, como un autómata. Jamás había tomado un vuelo, no sabía que había que chequear el boleto, pasar el control. Todo eso lo hicimos con la Seguridad atrás. Incluso en el buró se demoraban revisando nuestros pasaporte y los pasajes, hasta que el agente se acercó y les dijo algo. De inmediato nos dejaron seguir.
Llegamos a El Salvador con la idea de avanzar a Nicaragua pero el régimen de Ortega, aliado de la dictadura cubana, no nos dio paso. No entendía nada. ¿Todo lo que nos habían hecho no era suficiente? Héctor y yo nos vimos en San Salvador sin tener para dónde coger, y con unos pocos dólares. Entonces hicimos la directa, denunciamos lo que estaba pasando y enseguida mucha gente ayudó como pudo. Fue muy bonito no sentirse tan solo.
Gracias a la visibilidad nos permitieron salir del aeropuerto y nos hospedaron en un hotel. Pero no estábamos seguros allí y decidimos seguir rumbo a México. Aquí nos detuvo migración entrando a la capital. Ambos terminamos en un centro de migrantes, donde supuestamente seríamos deportados por estar irregulares, si el gobierno cubano nos recibía.
El centro para migrantes era prácticamente una cárcel. Te quitan tu celular y no puedes salir, pero venía del Combinado del Este, así que me sentía en una escuela al campo. Al menos la comida no estaba mala.
Después de semanas recluido, salí en libertad. Ha sido el peor año de mi vida. Un día estás en tu casa con tu familia, viendo la televisión, trabajando, y al otro ya no. Lo que más extrañaba en la cárcel eran cosas comunes que uno no valora normalmente: estar en mi sofá con mis hijas, dormir en mi cama. A mí la vida me cambió en un día, pero te juro que nunca me arrepentí de haberme manifestado en Obispo. No podemos vivir para siempre con miedo”.
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Estaban y yo conversamos durante par de horas en un restaurante chico de la calle Bajío, Roma, Ciudad de México. La dueña es cubana, al igual que los meseros y la comida. En la entrada del local hay una bandera de la isla y la dependiente, una muchachita menuda de 19 años, me saluda siempre con un: “¿mi amor, cómo estas?

Casi nos íbamos, cuando la canción “Patria y Vida” sonó en el reproductor. Esteban se emociona y me cuenta que estuvo presente el día que grabaron el video, que vio a Maykel escribir la letra y que él mismo no salió en las imágenes porque estaba de Yabó y había que filmar sin camisa y pantalón oscuro.
Luego levanta la voz y le dice a la dueña del negocio, parada a unos metros, que él espera regresar a un país donde pueda oír esa canción libremente en cualquier espacio. Ella le responde que Cuba no tiene solución, que todo el que puede se va, y quienes salieron a la calle están en la cárcel. Pero Esteban insiste en que debe existir solución, que algo demos hacer, por Maykel, por Luis Manuel y por la gente.
